Fue
un 14 de septiembre pero del año 1822. Ese día el egiptólogo francés
Jean-Francois Champollion pudo leer el nombre de Ramsés en la piedra de
Rosetta.
Si
bien muchos consideran a Champollion el padre de la egiptología, a
pesar de que ya existían muchos investigadores y estudiosos de la
historia egipcia, de lo que no quedan dudas es de su creación de la
egiptografía (estudio de la escritura egipcia).
La piedra de Rosetta
La historia cuenta que no fueron pocos los investigadores y eruditos que no tuvieron éxito en develar los misterios de una de las civilizaciónes más antiguas del mundo: el antiguo Egipto. Todos se topaban con una pared infranqueable, una pared que contenía antiguas escrituras egipcias que ya nadie podía leer. A esta escritura se le llamó “jeroglífica“, procedente de palabras griegas que significan “escrituras sagradas”. Y, a su vez, la palabra “jeroglífico” se convirtió en sinónimo de enigma de difícil o imposible interpretación. El largo camino para resolver este enigma comenzó el 15 de julio de 1799 cuando, en tiempos en que Napoleón Bonaparte se encontraban guerreando contra Gran Bretaña en las tierras de Egipto, el capitán francés Pierre-François Bouchard redescubrió la Piedra de Rosetta. ¿Por qué decimos que se redescubrió? Porque se estima que originalmente estaba expuesta dentro de un templo. Pero en la época del cristianismo primitivo o en el medioevo fue movida y usada como material de construcción de un fuerte en el pueblo de Rashid (Rosetta) en la delta del Nilo. Sus dimensiones son: 112,3 cm. de alto (máximo), 75,7 cm. de ancho, 28,4 cm. de grosor y pesa 756 Kg. La inscripción que contiene registra un decreto que fue expedido en Menfis en el año 196 antes de Cristo, en favor del rey Ptolomeo V. En el decreto aparecen tres textos: El superior consta de 14 renglones escritos en antiguos jeroglíficos egipcios, el texto medio consta de 32 renglones en egipcio demótico (se lo denomina así tanto a la escritura como al idioma egipcio que surgió en la última etapa del Antiguo Egipto) y el texto inferior consta de 53 renglones en griego antiguo.
La piedra de Rosetta despertó un amplio interés por su potencial para descifrar el idioma egipcio antiguo que hasta entonces no había sido traducido. Copias litográficas y moldes en yeso empezaron a circular entre los museos europeos y estudiosos. Pero en 1801 pasó a manos de los británicos después de derrotar a las tropas francesas y ha sido exhibida públicamente en el museo británico desde 1802.
Jean-Francois Champollion
Nuestro gran protagonista nace el 23 de diciembre de 1790, en Figeac (Francia). Desde joven ya destacaba sobre los demás niños de su edad: comenzó a hablar latín a los nueve años, hebreo a los trece y árabe a los catorce. A los once años de edad conoció a Jean-Baptiste Joseph Fourier, miembro de la comisión de Napoleón, y un apasionado amante de la cultura y las artes egipcias. Fourier se hallaba en Grenoble para trabajar en la Description, la afamada enciclopedia sobre Egipto escrita a raíz de la incursión militar de Napoleón Bonaparte en el país de las Piramides. Fourier empleó al joven Champollion para una tarea de investigación que le era necesaria para poder escribir el prefacio de la Description. Se sigue perfeccionando en idiomas y aprende el copto (el idioma copto es una lengua descendiente del egipcio hablado en el Antiguo Egipto), el italiano, el inglés y el alemán. En 1807 se traslada a París con el fin de proseguir con sus estudios sobre lenguas antiguas. Comenzó entonces su interés por el estudio de los jeroglíficos egipcios, y no era el único, por toda Europa, los intelectuales, encerrados en bibliotecas, y en el más estrecho de los hermetismos, trabajaban cada uno por su cuenta para ser el primero en resolver el acertijo de los jeroglíficos. Champollion creía que para entender los textos egipcios, era necesario conocer, traducir e interpretar sin error alguno el copto, capacidad de la que carecían todos aquellos eruditos que aspiraban a descifrar los jeroglíficos. Con sólo dieciséis años, escribe a su hermano Jacques-Joseph:
«Yo me consagro completamente al copto. Quiero conocer el egipcio tanto como mi propia lengua materna, porque en esta lengua estará basado mi gran trabajo acerca de los papiros egipcios.»
En 1814, en Londres, el doctor Thomas Young; erudito, científico, astrónomo, músico, médico y profesor de Filosofía Natural de la Royal Institute andaba falto de tiempo para dedicarse de la manera en que lo hacía Champollion a la piedra de Rosetta. En el tiempo que logro hacerlo, llego a identificar correctamente al menos cuarenta signos. Champollion trabajo y corrigió la lista que Young publicó. Durante mucho tiempo mantuvieron correspondencia de manera esporádica, tuvieron una amistad bastante superflua que menguo con el tiempo, y en ocasiones llegaron a considerarse acérrimos enemigos y rivales.
Hacía finales de 1821 había hecho verdaderos e importantes progresos en sus estudios de los signos jeroglíficos, logro clasificar y componer una tabla de 300 signos jeroglíficos, hieráticos y demóticos, lo que le permitió hacer transcripciones entre los tres. El 14 de septiembre de 1822 la puerta del despacho de Jacques-Joseph se abrió de golpe y un emocionado Jean-François, que había estado trabajando en casa, como era costumbre, entro corriendo al grito de Je tiens l'affaire! (¡Lo tengo!) y cayó desvanecido al suelo. Durante unos instantes Jacques-Joseph creyó que su hermano estaba muerto. Nada más lejos de la realidad, el joven Champollion había recibido textos mil quinientos años más viejos que los de la Piedra Rosetta, que contenían nombres reales. Para su asombro, había sido capaz de reconocer nombres de reyes egipcios que previamente se había encontrado en las obras grecorromanas.
La piedra de Rosetta
La historia cuenta que no fueron pocos los investigadores y eruditos que no tuvieron éxito en develar los misterios de una de las civilizaciónes más antiguas del mundo: el antiguo Egipto. Todos se topaban con una pared infranqueable, una pared que contenía antiguas escrituras egipcias que ya nadie podía leer. A esta escritura se le llamó “jeroglífica“, procedente de palabras griegas que significan “escrituras sagradas”. Y, a su vez, la palabra “jeroglífico” se convirtió en sinónimo de enigma de difícil o imposible interpretación. El largo camino para resolver este enigma comenzó el 15 de julio de 1799 cuando, en tiempos en que Napoleón Bonaparte se encontraban guerreando contra Gran Bretaña en las tierras de Egipto, el capitán francés Pierre-François Bouchard redescubrió la Piedra de Rosetta. ¿Por qué decimos que se redescubrió? Porque se estima que originalmente estaba expuesta dentro de un templo. Pero en la época del cristianismo primitivo o en el medioevo fue movida y usada como material de construcción de un fuerte en el pueblo de Rashid (Rosetta) en la delta del Nilo. Sus dimensiones son: 112,3 cm. de alto (máximo), 75,7 cm. de ancho, 28,4 cm. de grosor y pesa 756 Kg. La inscripción que contiene registra un decreto que fue expedido en Menfis en el año 196 antes de Cristo, en favor del rey Ptolomeo V. En el decreto aparecen tres textos: El superior consta de 14 renglones escritos en antiguos jeroglíficos egipcios, el texto medio consta de 32 renglones en egipcio demótico (se lo denomina así tanto a la escritura como al idioma egipcio que surgió en la última etapa del Antiguo Egipto) y el texto inferior consta de 53 renglones en griego antiguo.
La piedra de Rosetta despertó un amplio interés por su potencial para descifrar el idioma egipcio antiguo que hasta entonces no había sido traducido. Copias litográficas y moldes en yeso empezaron a circular entre los museos europeos y estudiosos. Pero en 1801 pasó a manos de los británicos después de derrotar a las tropas francesas y ha sido exhibida públicamente en el museo británico desde 1802.
Jean-Francois Champollion
Nuestro gran protagonista nace el 23 de diciembre de 1790, en Figeac (Francia). Desde joven ya destacaba sobre los demás niños de su edad: comenzó a hablar latín a los nueve años, hebreo a los trece y árabe a los catorce. A los once años de edad conoció a Jean-Baptiste Joseph Fourier, miembro de la comisión de Napoleón, y un apasionado amante de la cultura y las artes egipcias. Fourier se hallaba en Grenoble para trabajar en la Description, la afamada enciclopedia sobre Egipto escrita a raíz de la incursión militar de Napoleón Bonaparte en el país de las Piramides. Fourier empleó al joven Champollion para una tarea de investigación que le era necesaria para poder escribir el prefacio de la Description. Se sigue perfeccionando en idiomas y aprende el copto (el idioma copto es una lengua descendiente del egipcio hablado en el Antiguo Egipto), el italiano, el inglés y el alemán. En 1807 se traslada a París con el fin de proseguir con sus estudios sobre lenguas antiguas. Comenzó entonces su interés por el estudio de los jeroglíficos egipcios, y no era el único, por toda Europa, los intelectuales, encerrados en bibliotecas, y en el más estrecho de los hermetismos, trabajaban cada uno por su cuenta para ser el primero en resolver el acertijo de los jeroglíficos. Champollion creía que para entender los textos egipcios, era necesario conocer, traducir e interpretar sin error alguno el copto, capacidad de la que carecían todos aquellos eruditos que aspiraban a descifrar los jeroglíficos. Con sólo dieciséis años, escribe a su hermano Jacques-Joseph:
«Yo me consagro completamente al copto. Quiero conocer el egipcio tanto como mi propia lengua materna, porque en esta lengua estará basado mi gran trabajo acerca de los papiros egipcios.»
En 1814, en Londres, el doctor Thomas Young; erudito, científico, astrónomo, músico, médico y profesor de Filosofía Natural de la Royal Institute andaba falto de tiempo para dedicarse de la manera en que lo hacía Champollion a la piedra de Rosetta. En el tiempo que logro hacerlo, llego a identificar correctamente al menos cuarenta signos. Champollion trabajo y corrigió la lista que Young publicó. Durante mucho tiempo mantuvieron correspondencia de manera esporádica, tuvieron una amistad bastante superflua que menguo con el tiempo, y en ocasiones llegaron a considerarse acérrimos enemigos y rivales.
Hacía finales de 1821 había hecho verdaderos e importantes progresos en sus estudios de los signos jeroglíficos, logro clasificar y componer una tabla de 300 signos jeroglíficos, hieráticos y demóticos, lo que le permitió hacer transcripciones entre los tres. El 14 de septiembre de 1822 la puerta del despacho de Jacques-Joseph se abrió de golpe y un emocionado Jean-François, que había estado trabajando en casa, como era costumbre, entro corriendo al grito de Je tiens l'affaire! (¡Lo tengo!) y cayó desvanecido al suelo. Durante unos instantes Jacques-Joseph creyó que su hermano estaba muerto. Nada más lejos de la realidad, el joven Champollion había recibido textos mil quinientos años más viejos que los de la Piedra Rosetta, que contenían nombres reales. Para su asombro, había sido capaz de reconocer nombres de reyes egipcios que previamente se había encontrado en las obras grecorromanas.
Apenas
trece días después, el 27 de septiembre, se presentó su descubrimiento
ante la Academia de Inscripciones de París, de manera formal, por medio
de una carta. La carta se tradujo y publicó en varios idiomas y
empezaron los elogios y las críticas. Algunos no le creyeron, otros,
como Thomas Young lo acusaron de robar las ideas de otros. En el año
1824 tenía perfeccionado su sistema y se vio con fuerzas para publicar
Précis du système hiéroglyphique des anciens Égyptiens (Resumen del
sistema jeroglífico de los antiguos egipcios) En esta obra explicaba la
complicada naturaleza de los jeroglíficos.
Champollion
murió el 4 de marzo de 1832. Tenía 41 años, sufría de diabetes, padecía
tisis, gota, parálisis, tenía enfermo el hígado y también el riñón. Un
ataque al corazón acabo con su vida.
Este
es un muy breve resumen de la vida de una persona dedicada por entero a
su pasión y de la cual jamás pensó en renunciar a pesar de los
contratiempos padecidos. Y de su legado, que ha inspirado a otros y que
nos permite conocer cada día un poquito más de esta fascinante cultura.
No
se me ocurrió mejor manera de terminar esta nota que la de citar una
frase suya que creo mostrará el sentimiento de muchas personas, entre
las que me incluyo, por la cultura egipcia:
«Soy adicto a Egipto, Egipto lo es todo para mí»
«Soy adicto a Egipto, Egipto lo es todo para mí»
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